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miércoles, 6 de octubre de 2010

prisión interior



Nunca podremos saber bien si somos culpables o inocentes de la pena que se nos imputa. Tampoco sabemos si es que se nos imputa alguna pena, o simplemente penamos de puro humanos que somos.
Lo (in)cierto es que la prisión interior merece una reflexión esta noche de poca luna.
Es simple. Simplísimo. La prisión interior aparece cuando no podemos salir de nos-otros mismos, aunque a veces el no poder muta en no querer, y ahí la cuestión cambia, y se vuelve algo así como un auto-exilio en (y de) nosotros.
De vez en cuando se nos concede (o nos concedemos?) la libertad, por ¿buen? comportamiento. Entonces podemos mirar, decir, llorar... Salir de ese "yo" que nos invade. Salir por los orificios, los huecos, las protuberancias, las extremidades, los órganos cóncavos y los convexos, las articulaciones, los folículos, y las espinillas. Fantaseamos que somos cualquiera de las otras personas del singular y sobre todo del plural. Otras veces cambiamos y ya no somos ni singular, ni plural, ni acaso personas, somos letras, signos de puntuación, acordes, imágenes, no importa. Solo somos sin serlo.
Pero luego, ohhhhhh luego..., volvemos sobre ese yo que siempre nos espera del otro lado de todo... con la completa certeza de que el encuentro será infalible. Y ahí estamos, solamente para recordarnos que allá en el fondo siempre nos espera la celda interior, esa de la cual nadie puede ayudarnos a salir.
Y está bien que así sea. En los más terribles encierros nacieron y se gestaron (o viceversa) las más hermosas obras y las más grandes ideas.
Quizás este sea un afán por idealizar el encierro. Quizás la mayoría de la gente desconoce su cárcel interna, y anda feliz por la vida con una libertad tan de manual que, por lo menos, me da pena, aunque a veces la envidie INsanamente.
Y la verdad que ahora... no podría decir... a ciencia cierta... de qué lado... de la reja... escribo... esta noche.

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