Hay papeles, y muchos, en mi mañana de viernes.
Después de una larga noche de jueves, de caminatas colectivas, y sótanos musicales, la madrugada me entra por los ojos y se me queda ahí todo el día... Cuesta salir a la superficie después de esos estados , y ni hablar de lo que cuesta volver a la vida real, lejos de la música, los sótanos, las fotos...
Decía que hay papeles, y muchos. Informes atrasados, notas por firmar, sumarios policiales y muchos blancos etcéteras más.
Repaso las cosas que tengo que hacer, sin poder moverme ni empezar ninguna. Me distraigo con una miga de galleta criollita, que sigo hasta que cae en el teclado. Empiezo a limpiar el teclado y me entusiasmo. Cuando los dedos ya no alcanzan, busco una lapicera para limpiar entre las teclas. A esta altura el compañero serio y formal que se esconde dentrás de la otra computadora, empieza a mirarme extrañado, aunque tiene la buena costumbre de no preguntar demasiado.
Algunas porquerías se atascan debajo de las teclas, así que doy vuelta el teclado, y empiezo a sacudirlo para que se precipiten, tal como manda la gravedad.
De pronto veo que se asoma el compañero - primero un ojo, luego la nariz, y el otro ojo- observa dos o tres segundos, y luego pausado y serio (hasta neutral, diría) dice: "por un momento tuve la sensación de que podían empezar a caer palabras"
Después de una larga noche de jueves, de caminatas colectivas, y sótanos musicales, la madrugada me entra por los ojos y se me queda ahí todo el día... Cuesta salir a la superficie después de esos estados , y ni hablar de lo que cuesta volver a la vida real, lejos de la música, los sótanos, las fotos...
Decía que hay papeles, y muchos. Informes atrasados, notas por firmar, sumarios policiales y muchos blancos etcéteras más.
Repaso las cosas que tengo que hacer, sin poder moverme ni empezar ninguna. Me distraigo con una miga de galleta criollita, que sigo hasta que cae en el teclado. Empiezo a limpiar el teclado y me entusiasmo. Cuando los dedos ya no alcanzan, busco una lapicera para limpiar entre las teclas. A esta altura el compañero serio y formal que se esconde dentrás de la otra computadora, empieza a mirarme extrañado, aunque tiene la buena costumbre de no preguntar demasiado.
Algunas porquerías se atascan debajo de las teclas, así que doy vuelta el teclado, y empiezo a sacudirlo para que se precipiten, tal como manda la gravedad.
De pronto veo que se asoma el compañero - primero un ojo, luego la nariz, y el otro ojo- observa dos o tres segundos, y luego pausado y serio (hasta neutral, diría) dice: "por un momento tuve la sensación de que podían empezar a caer palabras"